Mi padre aprendió del abuelo a cargar con todo, a echárselo al hombro. Después, con los años, quiso que yo aprendiera a levantar ese peso. No pude. Le propuse, entonces, hacer relevos, levantarnos como si el otro tuviera dificultad en mantenerse de pie. En ninguno de los cinco intentos nos dejaron de temblar las piernas. Es más, el sudor desde la frente caía sobre el piso, rompiendo la concentración con la que pretendíamos aguantar. Nuestros pesos fueron cambiando, pero, para mí, él siempre ha sido más pesado. Ese cambio significó mayor esfuerzo, una resistencia que no tenemos.
El abuelo no está, y mi viejo no es tan fuerte como él. Ni yo como ninguno de los dos.

Entre pecho y espalda son dos acciones frente a la cámara dividas en tres canales de video:



1. Mi padre y yo cargamos varios bultos de café, equivalentes a nuestros pesos: él carga mi peso sobre su espalda; yo cargo el suyo sobre mi hombro. La acción la repetimos durante el 2021, cada vez que pude viajar al Playón, el pueblo donde él vive y trabaja.



2. Mi padre y yo descascaramos sobre una mesa y pesamos en una balanza mecánica dos libras de café, que suman un kilo.