En la dificultad de la soledad, del tiempo en el cielo, el narrador descubre, cuando mira hacia abajo, su sombra, a quien nombra Nadir. No se trata solo de un personaje que recorre la casa mientras juega con su gemelo –más bien su siamés–, sino de la osadía de mantener los ojos abiertos frente al firmamento, durante el ocaso.