︎︎︎ exteriores
︎︎︎ red right return
︎︎︎ mala señal
ajustes de tiempo: ciclos de espera
︎︎︎ dos horas
oasis
︎︎︎ escenarios a medialuz
︎︎︎ tercer destello
︎︎︎ las manos vacías
situaciones de intercambio
︎︎︎ abrir paso
︎︎︎ interludio
︎︎︎ imanes mudos
︎︎︎ par
cuerpo a cuerpo
︎︎︎ átomos
︎︎︎ moisés
︎︎︎ intersección
︎︎︎ 105/79
trastornos e interferencias
︎︎︎ líneas de emergencia
︎︎︎ instrucciones de contacto
︎︎︎ baños de leche
︎︎︎ muchachos en-cubiertas
︎︎︎ cabezas con carácter
︎︎︎ untitled
︎︎︎ la ambigüedad es el nuevo negro
︎︎︎ el hábito no hace al monge
︎︎︎ sé huir
︎︎︎ cv
︎
Existen tiempos solitarios, como el tiempo suspendido de la pausa, o el tiempo muerto de los estímulos sin respuesta. También existen tiempos compartidos, como el tiempo múltiple de los montajes paralelos cinematográficos, o el tiempo sucesivo de una conversación.
La percepción del tiempo está condicionada por la cuenta regresiva —la espera— del inicio o el final de una situación específica.
El problema con el tiempo es la incertidumbre por la duración.
Una pareja de sillas se cuida la espalda. Sobre ellas se reproduce el interior de dos habitaciones, de las ventanas. Cada treinta segundos aparece dividida, en subtítulos, la onomatopeya “tic, tac”. Los videos fueron grabados en la habitación de mi compañero, en Montevideo, y en la mía, en Bogotá, a la misma hora (la diferencia horaria entre las ciudades es dos horas).
La instalación permite a les visitantes recorrer la pieza en círculo, simulando el movimiento —a veces contrario— de las manecillas de un reloj.



Mientras envuelve con mantas isotérmicas los objetos que están en el espacio, un hombre —quien no soy yo— hace diferentes confesiones sobre el contacto y la temperatura. Lo que él dice —sus palabras— es la hibridación de mis textos con fragmentos de siete libros en los que desaparece, como si fuera un fantasma, el personaje que acompañaba al narrador, a quien fueron escritas todas las declaraciones de amor.


Desde mi ventana miro la construcción progresiva de un edificio nuevo de apartamentos; enlisto una serie de recuerdos conectados entre sí por la electricidad; incluso, me detengo a hacer preguntas sobre la caída del sol, acerca de la cercanía y la temperatura. Después, tarde, reconozco las luces rojas, las señales de alerta; reparo en varias escenas en las que el funcionamiento de las cosas, de la casa —con nosotros adentro—, fue crítico. Y, con la visión doble, multiplicada, me siento en el puerto de Buceo, en Montevideo, a contemplar la espera de los pescadores.
Brillo es la suma de diez textos cortos y una fractura, la historia de un amor que se apaga; es la luz continua del corredor de un apartamento vacío.
Autopublicación impresa en Bogotá, 2021
ed/200